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Ruido en la redacción

abril 25, 2010

Es cierto que cada vez hay más redacciones silenciosas. Entras en una y, en vez de oír conversaciones, griterío, risas…oyes el teclear de miles de dedos sobre ordenadores de última generación (o no tan última), y gente chistando para que te calles.

Las máquinas de café no son lugares de encuentro. Son el respiro perfecto para no morir del aburrimiento y donde gastar tu triste sueldo en un poco de cafeína que te ayude a no morir del sopor.

Las redacciones de hoy en día son un rollazo. Cuando yo entré en la carrera lo hice (además de por otras razones), porque había visto cientos de películas en las que un periódico era la cocina de un caso de dimensiones estratosféricas (Watergate, por ejemplo!) y quería estar allí. Formar parte de eso.

Ahora, entre que hay de todo menos cosas interesantes en ellas y que parece que el único fin del periodismo es aguantar y aguantar miles de horas con un sueldo de risa, o sin sueldo, ya no quiero eso.

Quiero escribir y contar cosas. Eso sigue igual. Pero no quiero que para poder hacer lo que me gusta tenga que renunciar a tener vida, o a poder independizarme o a pasar tiempo con quien me apetezca…

El periodismo es mucho más que todo eso. Ayer estuve en Madrid en unas charlas con Ramón Lobo, corresponsal de El País. (También estaba un francés, pero era tan poco interesante el pobre que no voy ni a mencionarle).

Ramón Lobo inspira. A mí hace ya tiempo que dejaron de impresionarme los periodistas estrella que nos traían a la Facultad para mantener viva nuestra ilusión. Ésos que contaban que habían estado en Bosnia, en Afganistán y en el meollo de todos los grandes acontecimientos del siglo XX. Y que nos dejaban a todos pasmados y con una única frase en la cabeza: “Yo quiero ser como tú de mayor”.

Ya me he caído del guindo y no me impresionan. Pero Ramón Lobo inspira porque, siendo como todos ellos, no lo es. También es un corresponsal tremendo e importante, pero dijo frases que comparto totalmente como : “Yo mientras me paguen a final de mes, me da igual” o “El periodismo ciudadano no es periodismo”.

Lo que contó ayer en el III Café Periodismo da para miles de artículos, pero me quedo con lo importante que me parece que un tío como él hable de que le importa el sueldo.

Desde que entramos en la carrera o en una redacción (en prácticas esclavas, por supuesto), nos dicen eso de “el periodismo no tiene horarios” y acatas sin opción de réplica que, como te digan que te quedas hasta las 11 de la noche, te tienes que quedar. Que como te digan “no continúes con esa historia, que perjudica a nuestros anunciantes”, te tienes que callar. Que como te digan …cualquier cosa. Tienes que asentir porque si no te miran mal.

Eso no es periodismo. Es esclavismo. Y parece que sólo si acatas que las cosas son así, eres un periodista de verdad. Un periodista de pro, de los buenos. No es así para nada. Somos humanos igual que todos y yo, igual que quiero tener una historia o sacar a la luz algo interesante, quiero tomar el aperitivo los domingos con mis amigos o cenar con mi novio el día de nuestro aniversario.

Por eso reivindico el periodismo de verdad. El periodismo con horarios. El periodismo con el horario marcado por una historia, no por un jefe retrasado.

Reivindico la vuelta de las redacciones ruidosas donde se cuecen cosas. Donde la gente entra y sale corriendo porque tiene que llegar a una cita, o porque tiene que ponerse rápido a escribir una crónica que como no pase a letra rápido se le irá de la cabeza.

Reivindico el periodismo de autor en el que lo importante no sea quién es el autor, ni su firma, sino que lo que cuente esté hecho con mimo y estilo personal. Con el mimo de dedicarle tiempo a lo que realmente importa: a escuchar historias para contarlas. Y no a mandar callar para silenciar redacciones. Hay muchas formas de tener voz aunque nos hagan estar callados.